Ir a la cárcel para hacer amigos
1 Julio, 2020No sé si ustedes han tenido la suerte de ir a la cárcel. Yo sí y encontré a viejos amigos e hice otros nuevos. Se lo recomiendo.
José Joaquín Sieso 01/07/2020
Los jóvenes de la foto no han estado en la cárcel, que ellos se lo pierden, sino que son fontaneros de una prestigiosa empresa del ramo de Chiclana intentando acceder a mi vivienda para hacer sus chapuzas. Pero sí, estuve en la cárcel y, en el mismo día, en la zona de varones y en la de hembras, sin que Instituciones Penitenciarias hubiese puesto en solfa mi identidad sexual.
El caso es que el medio de comunicación que me tenía explotado en 1983 consiguió un permiso para hacer un reportaje sobre la prisión de Pamplona “desde dentro”. Nada de hablar con el director ni con el jefe de servicio. No. Con los enchironados y, sin hacer uso de lenguajes inclusivos ni otras moderneces gubernamentales, con las enchironadas.
La verdad es que iba con cierta prevención de lo que podría encontrarme allí y cómo relacionarme con lo mejor de cada casa, lo que demuestra que soy un ser acomplejado, porque a los cinco minutos ya me encontraba como en casa. Tenía amigos dentro. En la de hombres estaba Juantxu, al que trincaron en una mala racha personal cuando intentaba sacar de una papelera el dineral que había exigido a un industrial haciéndose pasar por terrorista de ETA.
Me fue presentando a la peña. Este es experto en bancos, aquel dejó inválido a base de navajazos a otro gitano… Todos muy simpáticos. Eché en falta la barra de un bar. Pronto la cuadrilla se explayó sobre sus éxitos delincuenciales y se mataban de risa con sus fallos, que les condujeron a aquel domicilio custodiado. Uno, bajito, me contó que a raíz de su detención y la falta de ingresos de su industria criminal, su mujer se había “metido a puta en Barcelona”. Todos tenían anécdotas para repartir. Los dejé con pena. Tenía que ir a donde las mujeres me esperaban.
También allí tuve pronto un recibimiento similar. ¡Hooooooooombreeee, J.J! Era Ana, la pareja de Juantxu, que tampoco sabía que aparecería entre rejas. Lo sospechoso es que ninguno de ellos me preguntó “pero tú, ¿qué haces aquí?”, de lo que deduje que no les extrañaba lo más mínimo mi ingreso en prisión. Se repitió la historia, con mucha más algarabía, porque las pobres no veían varón hacía mucho tiempo. Ésta había matado a su abuela por la herencia, aquella estaba por tráfico de drogas…
No sé si en junio o julio dejé de ser delegado en Pamplona y me incorporé a la redacción central de Bilbao. Un verano de muchísimo trabajo, ni tiempo para escaparme a veranear un solo fin de semana. Llegó agosto y el 23 se montó la mundial: las inundaciones más terribles que ha sufrido Bilbao.
Yo vivía junto a la Subdelegación del Gobierno, convertido en centro de coordinación sobre la catástrofe. Por eso me encomendaron a mí cubrir aquella información a diario. El palacete era un hervidero de gente. El hall estaba lleno de guardias civiles y gentes de toda laya y condición, unos en petición de información sobre fallecidos, otros en solicitud de ayudas porque les pilló de transeúntes…
En fin, yo me desenvolvía bien por allí y tenía mis fuentes conocidas. Una mañana, a la salida de una rueda de prensa, haciéndome paso hacia la salida, oí un vozarrón:
- ¡Eh, oye!
Como casi todo el mundo se intentaba hacer escuchar a gritos, no me imaginé la que me esperaba, y seguí tratando de alcanzar la salida.
- ¡Oye, oye, oye!
Y, en esto, una mano me sujetó por el brazo.
Me di la vuelta y me encontré con un pequeñajo feo, malvestido y malencarado, oloroso y con el pelo exigiendo una inmersión larga en champú.
(a gritos)
-¿Pero es que no te acuerdas de mí?
(la gente de alrededor comenzando a interesarse)
(yo, bajito…)
-Disculpe, creo que se equivoca de persona.
(a gritos)
-¡Qué me voy a equivocar, hombre! ¡Si estuvimos juntos en la cárcel en Pamplona! ¿No te acuerdas que te dije que mi mujer se había metido a puta en Barcelona?
La atención ya era máxima, sobre todo la de los guardias civiles, que hasta entonces pensaban que yo era un periodista honrado…
Tuve que asentir.
Desde aquel día me registraron a la salida.
Pero sepan ustedes que hasta en la cárcel se hacen amigos duraderos y leales. Si esto les sirve para entender mejor las relaciones humanas para aplicarlas a su mundo empresarial, me daré hoy por satisfecho.

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