La brújula y el mapa o el idealismo y el realismo en las organizaciones

24 Enero, 2022

Las herramientas para alcanzar el destino buscado no pueden ser únicas, porque yendo bien orientados podemos caer en zonas cenagosas no previstas. También creer que todos los augurios te señalan a ti como el Moisés de la idea pueden acabar con tu muerte en la travesía por el desierto. Fernando Navarro, "Navarth", nos orienta en su blog.

«La brújula -creo recordar- señala el norte desde dónde estás, pero no dice nada sobre las ciénagas, desiertos o abismos que encontrarás en tu camino. Si buscando tu objetivo empiezas a andar de forma atolondrada, ignorando los obstáculos, y no consigues nada más que caer de cabeza en un pantano… ¿de qué te sirve saber dónde está el norte?».

La brújula representa las recetas que alguien cree tener para mejorar la sociedad, incluyendo diagnósticos, soluciones y valores. El mapa señala el camino hacia el lugar desde donde podrán ser materializadas –es decir, el poder-. El idealista tiene brújula pero carece de mapa; al ignorar las restricciones de la realidad -como recuerda Lincoln- se precipitará de cabeza por un barranco. El maquiavélico tiene mapa pero no brújula, lo que le permite eludir los parajes más incómodos. Observa con desdén al idealista y convierte su propia ausencia de convicciones en inteligencia y virtud: la política no es nada más que esto, repite a quien le quiera oír. Dos observaciones políticas: una, en realidad el maquiavélico suele ser un pelmazo destructivo que ni siquiera tiene un buen mapa; dos, resulta que Maquiavelo tenía mapa y brújula, aunque apuntaba a un lugar no excesivamente interesante para nuestras percepciones –la grandeza de la antigua Roma, y tal-.

Es recomendable que el líder escuche las dos voces de su conciencia política, como en los dibujos animados. Pero debe ser consciente de la tentación definitiva que se le acabará presentando: convertirse en su propia brújula. Y la racionalización más frecuente será esta: si yo me voy, nadie hará lo que yo puedo hacer; por tanto, lo más beneficioso para la sociedad es mi permanencia en el poder. Esto le permite diferir indefinidamente la puesta en práctica de sus recetas. La brújula me señala a mí.

Y así se produce la lenta marcha de lo descriptivo a lo prescriptivo; la pugna entre el ser y el deber ser como fuerza propulsora de la política. Como no sé cómo acabar esto les dejo esta inspiradora frase: «La política debería ser realista; la política debería ser idealista. Estos dos principios son verdaderos cuando se complementan, y falsos por separado». Johann K. Bluntschl

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